martes, 17 de diciembre de 2013

Nelson Mandela: la grandeza de un espíritu libre por Hilda Varela Barraza(1)

Nota: Este artículo El Abogado del Diablo lo retoma en apoyo a su divulgación. El subrayado es nuestro 

El 5 de diciembre de 2013, a los 95 años, falleció Nelson Mandela en Johannesburgo, Sudáfrica. La noticia fue ampliamente difundida a nivel mundial, pero realmente muy poca gente sabe quién fue realmente ese hombre extraordinario, ese hombre de lucha y la gran pérdida que su muerte significa para la humanidad. También puede resultar incomprensible que los sudafricanos que lo amaron lo despidan con júbilo.

Mandela nació el 18 de julio de 1918, en un pequeño poblado de Transkei en la entonces Unión Sudafricana, un dominio autónomo del Imperio Británico en el cual la minoría blanca –cuyos líderes políticos y religiosos históricamente manejaron un discurso de odio hacia la población africana-  tenía derecho de voto, mientras que casi el 80 por ciento de la población –de piel negra- carecía de todos los derechos, incluso los más básicos. De acuerdo con una milenaria concepción teológica, vigente en Sudáfrica por lo menos hasta los años ochenta, la gente negra es inferior a los blancos en todos los aspectos, incluso el moral, como “obra divina” (sic). Debemos recordar que la explotación racista en Sudáfrica data del siglo XVII.

Mandela pasó sus primeros años en una zona rural, realizando tareas del campo. Miembro de la familia real del grupo étnico thembu (de ahí su título honorifico de Madiba), en medio de las colinas del Transkei, forjó su espíritu libre como el aire de las colinas. Creció como un joven orgulloso de sus raíces, y de sus mayores aprendió la historia y la cultura de su pueblo. Fue educado en escuelas de misioneros, a la “manera occidental”, y desde esa época se distinguió por su gran inteligencia, por su memoria, por su interés por aprender y leer, pero sobre todo por un extraordinario sentido de dignidad, de amor a la vida y por un incipiente estímulo de lucha en contra de la injusticia social.

Su carrera política inició en la década de los cuarentas, cuando emigró a Johannesburgo, en esa época “ciudad de blancos”, para seguir estudiando y trabajando para sobrevivir. Ingresó al Congreso Nacional Africano (conocido como ANC, por sus siglas en inglés), que buscaba de manera pacifica el reconocimiento de los derechos básicos de la población negra. A corto plazo se reveló como un líder juvenil, con un gran carisma y con convicciones sólidas, fundando la que fuera la primera Liga Juvenil del ANC, favoreciendo su radicalización con la incorporación a sus filas de los sectores obreros negros, los más explotados por el sistema.

En esa misma década de los cuarentas fue electo, por la minoría blanca, un gobierno que polarizó aun más a la sociedad local, con un discurso exacerbado e incoherente de odio racial. Se dio al sistema y a la ideología dominante el nombre en lengua afrikáner de apartheid. Tanto el sistema como las leyes de explotación racista fueron fortalecidos, e invalidados cada vez mas los escasos espacios de participación para los africanos.

Mandela logró ser admitido en una de las universidades sudafricanas con mayor prestigio –en donde convivió con intelectuales blancos contrarios a la explotación racista, quienes años más tarde jugarán un papel importante- y obtuvo el título de abogado. En varias ocasiones fue enjuiciado por su actividad política, pero el año de 1960 fue decisivo: una manifestación de protesta de gente negra desarmada fue reprimida por la policía con armas de fuego, y fueron asesinadas decenas de personas. La noticia de la matanza se difundió por todo el país, a pesar de las prohibiciones, y a corto plazo estallaron protestas en todo el país, lo que generó una inestabilidad política sin precedentes que trajo el pánico entre los socios occidentales del régimen racista.

En 1961, el gobierno de minoría blanca declaró la República de Sudáfrica. Ante las protestas, la respuesta oficial fue la represión, se prohibió a las dos organizaciones que representaban a la población negra (incluido el ANC) y muchos de sus militantes fueron asesinados, apresados, salieron al exilio o tuvieron que optar por la clandestinidad, lo que hizo Mandela.

En 1961 –como más tarde él mismo lo explicó- Mandela se dio cuenta que eran inútiles todas las formas pacíficas para convencer al régimen de la necesidad de reconocer los derechos de la gente negra. Mandela decidió crear un pequeño grupo armado –más tarde reconocido por el ANC como su brazo armado- para llevar a cabo actos de sabotaje. Con la finalidad de recibir entrenamiento militar y de dar a conocer la realidad  de la población negra en Sudáfrica, Mandela salió del país sin permiso –lo que era un delito- para visitar varios países africanos y europeos. A su regreso a Sudáfrica fue arrestado. Poco después la policía descubrió pruebas de que Mandela creó un brazo armado y fue sometido a un segundo juicio, esta vez por traición al régimen.

En el contexto de la Guerra Fría, el régimen del apartheid presentó a Mandela como un terrorista, comunista y contrario a los “valores de la civilización occidental” (sic). Con la presencia de periodistas de diferentes partes del mundo en el juicio, el joven abogado Mandela asumió su defensa, en un discurso que conmocionó a gran parte de la población sudafricana y a amplios sectores de la opinión pública internacional: el mundo empezó a conocer la magia de Mandela y su espíritu libre, decidido a lograr el reconocimiento de la dignidad humana de la gente negra. Mandela fue condenado a prisión perpetua.

En los años ochenta estalló la que fue la tercera gran ola de protestas populares en contra del apartheid. En medio de altos niveles de violencia, el Estado se volvió ingobernable, surgió el pánico en círculos económicos y financieros y la élite blanca, antes unida, sufrió fracturas irreconciliables.

Tanto entre la clase media blanca como en la incipiente clase media africana se registraron cambios cualitativos trascendentes. 

Al tiempo que sudafricanos blancos  empezaron a cuestionar el milenario discurso de odio racial y que surgió una nueva generación de sudafricanos negros, la economía -antes próspera- se hundió en una crisis difícil de superar, entre otros aspectos, ante la creciente pauperización de los negros –que no tenían capacidad económica en el mercado interno-, la escasez y encarecimiento de la mano de obra calificada y la imposibilidad de exportar productos sudafricanos hacia su mercado natural (África), debido a las sanciones impuestas en su contra.

En ese contexto, el régimen se vio obligado a liberar a los presos políticos, entre ellos Mandela, a permitir el regreso a la legalidad de numerosas organizaciones que habían sido proscritas y a iniciar un difícil proceso de negociación, con la participación de todas las fuerzas políticas sudafricanas.

Los 27 años de maltrato, aislamiento y de injusticia que vivió Mandela en la cárcel no lograron doblegar su espíritu libre, al contrario, se acrecentó su convicción por recuperar la dignidad de la población africana. Salió de la cárcel sin deseos de venganza, convencido de que la reconciliación entre todos los sudafricanos era vital, y la magia de la sonrisa del Mandela anciano cautivó a todo el mundo.

Fue el primer presidente de piel negra en Sudáfrica (1994-1999), electo por voto popular, y recibió el Nobel de la Paz, pero siguió siendo el hombre sencillo y humanista que se forjó en las colinas de Transkei. En ese cargo y después desde su retiro oficial de la política, continuó su lucha en contra de todas las formas de injusticia social y en favor de la solución pacífica de los conflictos dentro y fuera de África, expresando su indignación por las condiciones de pobreza en las que sigue viviendo gran parte de la población negra en Sudáfrica y cuestionando la humanidad de aquellos que le dan la espalda al problema del sida.

Siempre fue un hombre de lucha y de principios, pero nunca fue violento –ni cuando tuvo que aprender a usar armas de fuego- y siempre fue contrario a cualquier discurso de odio, incluso en contra de los enemigos históricos de los africanos.

Nelson Madiba Mandela nos hereda su indómito espíritu de libertad. Como dijo hace varios años la escritora sudafricana Nadine Gordimer, Mandela es el mejor regalo que Sudáfrica ha dado al mundo. Los sudafricanos agradecen a Madiba su lucha por un mundo un poco menos injusto y reconocen que tenía derecho a descansar. 

Hasta siempre Madiba.


(1) La autora, directora del Centro de Estudios de Asia y África del Colegio de México, recorre cada etapa de la vida de Nelson Mandela, desde las colinas donde “forjó su espíritu libre” hasta el descanso que, paradójicamente, celebran los sudafricanos.

Posteado por:  Fabbia el 8 de diciembre del 2013 
En:  África, Geografía,Reportajes,Reportajes. Internacional,Sudáfrica 
Articulo encontrado en: "Desinformémonos": http://desinformemonos.org

URL to article: http://desinformemonos.org/2013/12/nelson-mandela-la-grandeza-de-un-espiritu-libre/

Fecha de consulta: martes 17 de diciembre 2013

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