martes, 5 de febrero de 2019

La televisión ¿un objeto no pensado? Por Javier del Rey Morató (1)


La televisión uno de los símbolos de la modernidad y de la democracia de masas, es también compañera de nuestras soledades y testigo de nuestra vida cotidiana.

Pese a su edad (tiene más de medio siglo) pese a su omnipresencia en nuestras vidas, y pese a que todo el mundo la frecuenta (algunos más de lo que dicen), la televisión no es un objeto noble (2)

Pero, ¿es verdad que sigue siendo un objeto no pensado? Porque una cosa es que no tenga prestigio ante los intelectuales (que probablemente pasan varias horas del día devorando imágenes), y otra cosa es que no se haya teorizado sobre ella.

Se ha hecho, y no siempre con buena fortuna. Sobre ella se han acumulado estereotipos, discursos apocalípticos, elogios y críticas sin cuento, pero probablemente no un análisis de lo que es, de lo que hace con nosotros, y de lo que nosotros hacemos con ella. 

La televisión es fundamentalmente imágenes y vínculo social, entretenimiento y espectáculo, muchedumbre de soledades arrojadas sobre la pequeña pantalla, evasión, nueva forma de ocio, pero también información y relación con los asuntos que interesan a la sociedad.

La televisión, como otros tantos productos del ocio y del espectáculo, se mueve en la lógica del mercado, con la obsesión por las audiencias, lo que justifica que se hable de la tiranía de las audiencias.

En efecto, se trata de una tiranía, porque aquellos que trabajan en la televisión lo hacen bajo su mandato: las audiencias son capaces de catapultar un programa a la cumbre del éxito, del dinero y de la fama, o de condenar a su presentador, tras dirigir un programa malogrado, que tuvo que ser retirado por falta de audiencia.

La televisión continúa siendo esencialmente un medio de comunicación de masas que entretiene e informa. Además, es un medio inseparable de un marco nacional, y su papel en el espacio público ha estado ligado a las identidades colectivas nacionales.

La televisión de todos los países (afirmó Dominique Wolton) más allá de sus evidentes semejanzas, constituye uno de los factores de identidad nacional, siendo ésta una de sus características esenciales: la televisión es un medio de comunicación generalista y nacional.

En Kansas, en Santiago de Chile, en Roma, en Berlín, en Madrid, en Lima, o en la Coruña se ve la misma película del Oeste, la misma comedia, el mismo cine de nazis y judíos, pero en cada emisora se proyecta la película con una banda sonora que reproduce y prestigia la lengua del país, lo cual consigue que Gari Cooper esté solo ante el peligro hablando español, italiano, alemán, gallego o catalán.

El mundo de la televisión generalista y nacional sigue existiendo, aunque en fechas recientes se han producido novedades interesantes: esa televisión coexiste hoy con la televisión por satélite, y con emisoras como la CNN (que no es una emisora nacional), con las televisoras temáticas, y con emisoras de carácter regional y local, como son todas las que han prosperado en España al abrigo del Estado de las autonomías.

(1) Texto tomado del Libro:
Del Rey Morató, Javier. (1998) El Naufragio del Periodismo en la era de la televisión. Editorial Fragua, Madrid, España. pp. 35-37

(2) Wolton, Dominique. Elogio del Gran Público, Editorial Gedisa, Barcelona. 1995, p. 11.

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