viernes, 31 de enero de 2025

EMPLEO Y DESEMPLEO: IMPLICACIONES ÉTICAS Por Carlos Wagner Wagner

Tras la crisis de 1995 y hasta finales del 2000, la situación del empleo en México fue mejorando; tal impulso se estancó al inicio del 2001, siguiendo al mercado estadounidense, hasta contraerse tras el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York. 

Desde el comienzo del año 2002, y hasta la fecha, siguió su recuperación, pero sin alcanzar el nivel del año 2000, ni la promesa electoral del presidente saliente.

El problema es simple: la población crece más rápido (un millón de personas por año) que la oferta de empleo (seiscientos mil). También preocupa la decisión de varias maquiladoras de cerrar y emigrar en definitiva a Centroamérica y China, además de la competencia creciente de las manufacturas asiáticas.

El empleo en México, desde hace 25 años, incluso durante las bonanzas, ha sido y sigue siendo muy endeble, según las cifras oficiales del Censo, de la Encuesta de Ingreso y Gasto de los Hogares, y de la Información Oportuna de INEGI. (1)

El 55% de la Población Económicamente Activa (PEA) no cuenta con seguridad social (¿empleo informal?) Y el 28% no goza de otras prestaciones (vacaciones, aguinaldo, seguros, Infonavit)

México es la nación número 11 en población, la 14 en territorio, la 12 en recursos naturales y la NÚMERO 6 energéticos; somos la economía número 10 del mundo. Pero también somos el país 53 en desarrollo humano, 78 en escolaridad, 83 en mortalidad infantil y 121 en mala distribución del ingreso.

Y el “Costo-país” formado por la ineficiencia burocrática, la corrupción abundante, la inseguridad pública prevaleciente, la inestabilidad política y la competencia del ambulantaje y de la economía informal, consume gran parte del valor agregado generado, a costa de mermar salarios y prestaciones sociales.

Para lograr generar los empleos requeridos y mejorar la remuneración de los existentes, se requiere un crecimiento estable de la economía entre 6% y 7% anual. Tal meta no es imposible; México la logró y sostuvo entre 1955 y 1969; Corea y Taiwán nos emularon en los años 70 y China lo realiza ahora.

El trabajo no es maldición divina, sino realización profesional y creatividad en la acción, es desarrollo de capacidades y habilidades, es colaboración humana y es el único medio legítimo de bienestar familiar.

Conforme a estos datos, la situación actual del empleo es lastimosa. Su generación es insuficiente y depende más del mercado internacional, que del nacional, gran parte carece de formalidad y de seguridad social, los salarios son muy bajos, y la autorrealización del trabajador suele ser muy escasa.

¿No será por estas condiciones que cada año emigran un gran número de braseros al exterior?

El grueso del empleo y subempleo en México difícilmente puede considerarse como creativo, adecuadamente remunerado o realizador humano.

Basta con tomar algunos empleos: ¿Cómo aplaudir el trabajo repetitivo y enajenante de las maquiladoras los burócratas? 

¿Qué pasa con la dignidad humana de los ambulantes callejeros? 

¿Por qué emigran tantos trabajadores arriesgando sus vidas?

¿Cómo dignificar el trabajo de los cargadores y de otros trabajadores manuales que sustituyen a máquinas por costar menos?

La doctrina social de la Iglesia (DSI) afirma que el trabajo humano es preeminente sobre el capital, porque es evidente que las personas son más valiosas que las cosas, que son el producto de sus manos, inteligencia y voluntad; por ende, el trabajo (persona en acción) tiene prioridad sobre el dinero (cosa inerte).

¿Cómo hablar entonces de un “mercado laboral”, si las personas no somos mercancías que se compran y venden?

En efecto, Juan Pablo II señaló en su encíclica Laborem Exercens

“Es cierto que el ser humano está destinado y llamado al trabajo; pero, ante todo, el trabajo está en función de las personas y no las personas en función del trabajo”.

La administración moderna confirma que las empresas sólo son personas que colaboran y manejan recursos con eficiencia para servir con eficacia a clientes y proveedores. 

El empowerment (delegación y potencialización), hoy es la clave del éxito empresarial. El capital (lo más importante) de las empresas modernas es el “capital humano” en sus aspectos de genialidad innovadora y de liderazgo colaborador.

Los ejemplos abundan. Apple Computer, una gran empresa norteamericana que revolucionó y popularizó la computación en el mundo, nació con el genio de sus dos jóvenes fundadores y tan sólo 2 mil dólares prestados, en la cochera familiar de uno de ellos. Hoy está valuada en más de 400 millones de dólares y genera empleos creativos y de alta tecnología para más de 7 mil personas.

Y también en nuestro país se reconoce más al consorcio Bimbo por su buen clima laboral y la motivación de su personal, que por su dominio del mercado y la calidad de sus productos. Sin duda, su ventaja competitiva no radica en sus modernas instalaciones, sino en el entusiasmo y la dedicación de sus choferes repartidores.

Además, es obvio que los recursos del planeta deben servir para proveer bienestar a todos los seres humanos y no para solo unos pocos.

Por ende, toda propiedad privada implica la responsabilidad de generar más empleo y bienestar, más valor agregado y progreso para toda la sociedad, y no sólo para sus “dueños”. Esto es definido por la DSI como el “destino universal de los bienes”, según la cual, “nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo indispensable.”

Ante los vaivenes económicos y la dependencia del exterior en numerosos aspectos (alimentos y tecnología, financiamientos y empleo, cultura y decisiones) es indispensable fortalecer el mercado interno, sin descuidar nuestra competitividad ante el mercado global.

Esto requiere más ahorro e inversión gubernamental y menos gasto corriente en burocracia y consumo. 

Al país le faltan seis millones de viviendas dignas, carreteras y ferrocarriles, puertos y aeropuertos, refinerías y plantas eléctricas, escuelas y universidades, cárceles y hospitales. Toda esta construcción no requiere importar insumos, tecnología, ni expertos del extranjero. Sólo requiere trabajo y capital financiero.

El país también necesita aprovechar su variedad de microclimas y suelos, sus bosques y litorales, en un verdadero esfuerzo no depredador del medio ambiente, sino produciendo frutos tropicales, especies marinas y animales terrestres de alto valor.

Así se podría satisfacer mejor el mercado nacional y exportar excedentes, logrando liberar a los campesinos y a los pescadores de sus miserias ancestrales.

Pero no basta generar nuevos empleos, producir más bienes o exportar para generar un mercado interno vigoroso. 

Si no se incrementa poco a poco el salario mínimo y la remuneración de los trabajadores, será difícil que el pueblo pueda gozar de más alimentos y servicios, y de mejores viviendas y educación.

En esencia, no sólo necesitamos un gobierno austero y eficiente, sino que requerimos un Estado promotor del bien común, que logre unir esfuerzos para aprovechar nuestros ingentes recursos naturales, que dinamice nuestra destacada creatividad y que proyecte nuestros ardientes deseos de vivir mejor.

Sin duda, uno de los elementos primordiales para lograr una economía próspera y moderna que genere bienestar compartido para todos, es el desarrollo de la tecnología de punta. Tecnificar el campo y nuestros talleres artesanales, además de aprovechar oportunidades hoy poco explotadas, como frutos tropicales, variedad de costas y climas, y el enorme bagaje folclórico arqueológico, son retos posibles de realizar.

Y también podemos afirmar que no necesitamos más empresas transnacionales que nos ofrezcan tacos o banderas mexicanas hechas en el extranjero, ni consorcios prepotentes que aplasten a los competidores incipientes. 

Necesitamos cooperativas y microempresas, familiares y mutualistas, que se articulen en cadenas productivas.

Necesitamos empresas eficientes que generen calidad y valor agregado, paguen sus impuestos y que compartan su prosperidad con su personal.

Pero con los ingredientes enumerados antes: generosidad, laboriosidad y honradez, alimentados por un sano patriotismo y una verdadera concordia (sin la intervención del crimen organizado), tal dignificación de trabajo y de salario sí pueden convertirse en una realidad.



(1) En México la Población Económicamente Activa (PEA) es de sólo 44 millones de personas, (40%); en Europa, Japón y EUA., tal tasa es de 65%. Esto significa que en México cada trabajador debe sostener a 2.5 personas.

En nuestro país existen 10 millones de personas inactivas, no estudiantes, ni jubilados, no contadas como desocupados.

La mitad de la población agropecuaria, 17% de la PEA, está desocupada y no se incluye en las estadísticas oficiales de desempleo. El 80% de los campesinos están en situación de pobreza extrema

57% del PEA son empleados u obreros; 4.5% cuál son patrones, 35% trabaja por su cuenta y el resto, 3.5% está desempleado. El contraste de bienestar entre patronos y obreros es marcado y cruel.

En los últimos 10 años, el personal empleado en el sector manufacturero decreció 15% y en el sector comercial sólo creció 4%.

41.5% del PEA sólo se ocupa parcialmente, menos de 40 horas por semana.

El 66% del PEA gana menos de 3 salarios mínimos y el 23% menos de un salario mínimo.

El ingreso del 64% de los hogares no alcanza a comprar una canasta básica.

El 10% de los hogares más pudientes perciben el 43% del ingreso nacional, contra 41% que obtiene en conjunto el 80% de los hogares menos afortunados.

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