Vemos en los países pobres instalaciones que se vuelven hostiles con temperaturas calurosas; personas estresadas junto a acosadores; gente neurótica junto a vendedores ambulantes agresivos. Pero repetimos, estos factores no siempre podrán ser detonadores de violencia, ya que los seres humanos estamos expuestos a grandes tensiones y somos capaces de adaptarnos a entornos hostiles.
Ellos son testigos visuales de peleas, riñas, accidentes, caídas, y todo lo que se puede vivir dentro de un transporte público que es rebasado por la alta afluencia de usuarios.
Cuando tomamos a las infancias en cuenta debemos retomar que hay otro actor importante en la ecuación: son las mujeres.
Pues son ellas las que abordan el transporte junto con sus hijos, ya sea cargándolos o no. Aunque no debemos olvidar que también hay padres (hombres) que se suben con sus hijos, la perspectiva de género es un cruce que debe tener cualquier política pública en cuanto a movilidad urbana se refiere:
El diseño y organización no responde a sus necesidades e incluso enfatiza situaciones de vulnerabilidad, obligando a las mujeres a modificar sus desplazamientos, rutas y horarios para poder acceder a los bienes y servicios.
La mayor consecuencia es la reducción de los desplazamientos de las mujeres por miedo a ser víctima de un ataque lo cual transgrede su derecho a la movilidad y limita el acceso a otros derechos, servicios y bienes. (Caballero, 2013:5)
Como lo ha explicado el académico mexicano Julio Boltvinik, el tiempo es considerado valioso para todos porque:
Todas las personas, sin importar la condición socioeconómica, cuentan con el mismo presupuesto de tiempo al día: 24 horas, esto quiere decir que las horas gastadas en trasladarse al interior de la ciudad deberían ser las menos. (Boltvinik, 2022, 130)
El tiempo es parte del bienestar de las personas, cuando existe un balance entre el tiempo libre respecto a las actividades laborales, tiempos de traslado y trabajo doméstico, no hay pobreza del tiempo.
Los conflictos en el transporte urbano y sus deficiencias en cuanto infraestructura, personal y nula cultura cívica impactan a todas las edades y no son exclusivamente un fenómeno que se observe dentro de la Ciudad de México, pasa en la mayoría de las ciudades nacionales e internacionales.
Lo holístico del problema es que no es sólo “hablar de instalaciones”, es tener en cuenta la cultura de la ciudadanía, el modo de pensar de la gente, sus necesidades, sus hábitos y costumbres, pues, es en la vida cotidiana que las personas comparten lugares y experiencias:
A partir del capital social se generan redes de interacción social basadas en la confianza entre los miembros de una comunidad.
Es por ello que, al compartir características sociales, culturales y demográficas los habitantes de una región fortalecen el capital social con lo cual se fomenta la cooperación para atender los asuntos públicos que impactan en la vida pública y el territorio. (González, 2017:67)
La gestión y planeación del transporte público no puede limitarse a la infraestructura, ya que las personas habitan estos espacios y contribuyen a la trama de los espacios de vida.
No obstante, la habitabilidad no es igual entre los usuarios, pues depende de sus características sociodemográficas, pero la obligación de los planeadores es ofrecer a las personas las herramientas, a través del diseño, para apropiarse, explorar, utilizar y manejar el espacio destinado a la movilidad. (González, 2017:67)
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