sábado, 4 de octubre de 2025

OCCIDENTE SIN RETORNO Por Mayra Villanueva

Antes, un asesinato político provocaba indignación general. Hoy, una parte de la sociedad lo celebra y la otra lo acepta con resignación.  

Y cuando matar al opositor se normaliza, la sociedad cruza un punto sin retorno. 

Lo que sigue ya no es política, sino que se prepara el terreno para algo mucho peor.  

Ya vemos que en Francia han estallado desórdenes civiles masivos: bloqueos de carreteras, disturbios callejeros, contenedores incendiados, cortes en los transportes públicos, enfrentamientos con la policía. 

¿Cómo se unen estos sucesos?  

Según David Betz, un académico especialista en guerra irregular y conflictos internos, Occidente cumple todos los indicadores de un colapso interno.  

Primero por la fractura social. 

Ya no hay identidad común. Cada grupo vive encerrado en su burbuja ideológica o cultural.  

La NACIÓN ya no es una comunidad, sino un campo de batalla de tribus enfrentadas.  

Segundo, las migraciones masivas. Lejos de integrar, fragmentan.  

En barrios enteros de París, Bruselas o Berlín, los nativos son minoría.  

Y esas comunidades no se integran, sino que imponen sus costumbres, creando fricción.  

Tercero, la polarización política. 

Lo que antes era un debate parlamentario, hoy es odio visceral en las calles. La política dejó de ser diálogo. Se volvió guerra cultural. 

Cuarto, el desprestigio de las élites.  

Gobiernos, medios y universidades perdieron autoridad moral. La gente común ya no confía, y esa desconfianza alimenta el resentimiento.  

Quinto, la tensión económica. 

Inflación, desempleo, crisis energéticas.  

Todo agrega combustible al malestar. 

Y un sexto punto: el multiculturalismo asimétrico

Betz dice que a las minorías se les permite afirmar su identidad, pero a las mayorías se les prohíbe hacerlo y eso crea un resentimiento explosivo, porque convierte a los nativos en ciudadanos de segunda en su propia tierra.

Para Betz, estos ingredientes hacen inevitable, la llegada de disturbios civiles masivos, en los países de Occidente. Un conflicto híbrido, con milicias, disturbios prolongados y debilitamiento del Estado.  

El Estado pierde el monopolio de la fuerza y aparecen “micro-soberanías” locales, como barrios, comunidades, redes digitales, que imponen su ley.  

Aparece la violencia intermitente y persistente en barrios, ciudades, universidades, y fronteras.  

Grupos armados informales, vinculados a ideologías, religiones o identidades culturales, llenan el vacío dejado por el Estado y se mezclan con el crimen organizado, terrorismo, política callejera, activismo radical, con tácticas de guerrilla.  Un claro ejemplo es Colombia.

Y mientras no EXISTA LA VERDADERA CONVIVENCIA, las redes sociales amplifican los choques  y sirven como campo de batalla simbólico,  que alimenta la violencia física.

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