La necesidad de hacer conciencia en la juventud sobre las buenas maneras ha sido un propósito no solo de las instituciones educativas, también los medios informativos y en específico la televisión. Es un grito de asfixia pues cada día estamos más lejos de esa sociedad donde el culto a la sencillez e inteligencia ronde cotidianamente los sitios.
Parece que la banalidad y autosuficiencia ya forman parte de las actitudes elementales de las personas. Suficiente con establecer una conversación con estas - ya sea en la escuela, centro de trabajo e incluso en otros lugares menos recurrentes como en una consulta médica, terminal, funeraria etc. Son muy fáciles de identificar pues en los primeros cinco minutos de plática comienza a aflorar su monopolio discursivo. Siempre tienen la razón y lo saben todo.
Frases comunes prevalecen y sobresalen:
“Yo lo sabía”; “no me gusta eso porque el mejor es el que yo utilizo”; “yo prefiero…”; “yo soy muy inteligente modestia y aparte”.
Incontables expresiones definen el egoísmo y la arrogancia de estas personas que piensan impactar y hasta causar brillo a los ojos de lo demás. Saber rechazar estas actitudes con mesura y madurez sí es un acto de inteligencia.
Los verdaderos valores cuando existen no se dicen, se perciben. José Martí en una de sus cartas a María Mantilla le dijo:
“La elegancia del vestido, - la grande y verdadera, - está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma.
Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro y quiere disimular lo poco.
Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí.
Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara.
Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor”.
Hace un tiempo pude leer un texto que hacía referencia “a una carreta vacía”: esta en paralelismo con el comportamiento del ser humano dejaba una gran lección educativa. Mientras menos lleva consigo más ruido hace y se puede saber desde la distancia; igual pasa con ciertas personas: mientras más habla, interrumpiendo las conversaciones de todos, siendo inoportuna y violenta, presumiendo lo que tiene, sintiéndose prepotente entiendo que es como esa carreta vacía que “cuanto más desocupada esté , mayor es el ruido que hace ”.
Y es que la sencillez consiste en callar nuestras virtudes y permitir a los demás descubrirlas; de esta forma llenamos la carreta con nuestra sabiduría y no hacemos tanto ruido en el paso por la vida.
Sobre esto también le hablaba José Martí a Mantilla y es que no hay mayor muestra de elegancia cuando nos mostramos desde la palabra.
El lenguaje es el vestido más importante que lucimos cada día. No hace falta investigar sobre esa persona con la cual nos comunicamos, es suficiente tomar como punto de partida su comportamiento desde el acto comunicativo.
Aquí aparecen elementos esenciales de su mundo interior. Velar de nuestra conducta para no caer en ecos insoportables debe ser un ejercicio constante.
Siempre la humildad tendrá su éxito no así la petulancia y presunción.
Amigo, ¿sabe usted si su carreta está vacía o no?
(1) Yohandy Calderón es profesor de Literatura en el Instituto Ché Guevara de la provincia de Santa Clara, Cuba.
johandycg@nauta.cu
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